“Voy a besarte”. Dijo él, acompañando la frase con una media sonrisa que la deshizo en mil pezaditos por aquel bar. Agarró su carita de niña buena con las dos manos y la acercó hacia sí para tenerla mas cerca aún. Los labios de ambos se fundieron formando un único labio, las lenguas de ambos se unieron formando un único órgano. Y de repente, la multitud del ruidoso bar, se convirtió en la soledad que dos amantes necesitan.
Y a solas...
La luz que entraba por la ventana, hacia resaltar las cualidades de ella. Su tersa y blanca piel, sus firmes y redondeados senos, sus curvas imposibles... eran contempladas placida y lujuriosamente por él. Deslizó sus manos entre sus glúteos, por aquellos en los que deseaba perderse.
El deseo era evidente.
La tumbó sobre el asiento y fue recorriendo cada resquicio de su piel. Bebió gota a gota de ella. Acompañó cada temblor de su cuerpo. Y ella, miraba, sentía, volaba.
Agradecida por ello, ella hizo lo oportuno y devolvió el mismo placer con el que él la había premiado. Y él, miraba, sentía, volaba.
Ya a horcajadas, le dedicó deliciosos movimientos empleando sus mejores armas. Deleitándole de suculentos gemidos. Acompasando de miradas calidas, de susurros y de caricias infinitas.

Y el tiempo pareció detenerse.
Al cabo de los dos días, Helena preguntó a Mia que le pareció él. Mia esbozó una picara sonrisa, suspiró levemente y la contestó: “ creo que tiene aptitudes, mas de las que piensas, así que no le dejes perder Elenita”